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Aviva Stadium |
Y mucho además. Pero sin éxito esta vez. Porque ganar dos veces seguidas a los
All Blacks no parece algo al alcance de nadie, a la fecha, sin que se pueda decir, tampoco, que lo del
Soldier Field fuera un espejismo. Ocurre que los enlutados se habían conjurado para defender tanto y tan bien como, en aquel lado del mar, los victoriosos de la gesta de Illinois.
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Hubo más dificultades en el lateral contra Retallick & Whitelock |
A fe que lo consiguieron. 9 a 21 y solamente un 30% de la posesión y 31% de dominio territorial, para tres ensayos por ninguno local. Elocuentes datos que nos dicen mucho del partido que pudimos ver en el
Aviva Stadium el pasado 19 de noviembre. Habían transcurrido solamente cuatro minutos y ya sabíamos que lo que se desarrollaba sobre el alfombrado césped irlandés era una batalla de una dureza inusitada, diseñada precisamente así por
Steve Hansen. Además los neozelandeses decidieron llevar la iniciativa, no repetir el error de Chicago que la dejó en manos del rival. El primer ensayo, patada al lateral de Barret para que Fekitoa posara, fue el final de una cadena de posesiones feroces que durante los tres primeros minutos nos dijeron a qué venían los
All Blacks: a reivindicarse. Sabían, claro, que la tropa de Best se iba a dejar la piel para repetir la hazaña ante su parroquia, y se empeñaron en una defensa terca, cerrada, audaz e inteligente, la única capaz de aguantar la avalancha irlandesa que predica aquella estadística. Terca porque consumaron 144 placajes. Cerrada porque huecos no hubo. Audaz porque, adelantada, asumía el riesgo de castigos, no ya posicionales, sino derivados del escorzo que lleva al placaje ilegal (hasta cinco al cuello conté, Jako querido, por dos amarillas no más). Inteligente porque usó de las contramedidas necesarias para frenar a la letal delantera irlandesa del partido previo, sobremanera en el
maul, comprometiéndola, además, cerca de la fase de conquista inicial, cinco o seis metros antes de lo que los hibernios pretendieron
. Añadamos la pérdida temprana de Henshaw (cortesía de
Sam Cane), Sexton y
CJ Stander y entenderemos la ocasión. De paso quedaran acalladas las voces de los que quitan mérito a la gesta americana porque cada escuadra contendiente ha de combatir con lo que dispone. Vaya esto por lo de Retallick, Dagg y Whitelock de aquel día. Con tal planteamiento y la pulcritud, claridad y fluidez en ataque de los favoritos (algunos, yo también, apostaban por unos 30 puntos de ventaja), la marca de Barrett (no lo pareció en la pantalla del estadio al contemplar la repetición del TMO, brazo de Sexton mediante, pero en TV resulta evidente) y la segunda de Fekitoa eran algo inevitable. Es que ahí no hay color: la ejecución velocísima de técnicas esenciales y la comprensión aventajada del juego les hacen imbatibles.
Ergo la productividad ofensiva neozelandesa aventaja en porcentaje sonrojante al más destacado competidor. Así que aun s
tanding strong, derrota, esperada, pero paliada por la entrega y juego táctico local. Tengo para mí, sin embargo, que la distancia en el marcador no era el objetivo negro, sino demostrarse cosas. Lo consiguieron, desde luego, para desconsuelo, quizás impostado, de la fiel hinchada local.
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Uno de los clásicos |
Impostado digo, porque no creo que muchos atisbaran el milagro, aunque sólo fuera por el juego de probabilidades. Y porque la eventual tristeza nunca desmerece el jovial espítiru que inunda Dublín en día de partido, que trasciende, va de suyo, los 80 minutos sobre el Campo de Ellis. Es sabido que la cosa comienza antes, el viernes a lo más tardar, cuando se puebla la capital de gorros y bufandas, no siempre verdes, representativas de clubes de las cuatro provincias, del equipo visitante y de los muchos aficionados de otras lealtades que tengan la de alguno de los contedientes por añadida a la propia. Por allí paraban gentes de Sant Boi, Palencia, chamizos vallisoletanos, vecinos leoneses del viejo León Rugby Club (premio a la jocundia por su disfraz, a la altura de alguno local), veteranos de Alicante (los
Wondervra) o de la Vetusta Orden del Ganso Salvaje del finisecular CEU de Madrid y muchos otros, perfectamente reconocibles por sus trazas, atuendos y recia fabla. Componen todos una marea que se extiende, primero, y se aposenta luego en sitios tan significados como el
O'Donoghue, el
McGrattans, el
Ginger Man y todos los que quieran alrededor del
Temple Bar, para no hace falta decir qué, cavilando sesudamente sobre los particulares del partido venidero.
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Un tal Vitu & Co. leoneses de pro. |
Cierto es que, en día semejante, se multiplican la ocasiones de toparse con gentes tan notables como los mentados,
pero más conocidos por su desempeño en el deporte, ya de hogaño como de antaño, con los que incluso se puede departir brevemente aunque se hallen camino de preparar sus labores locutoras para reputadas cadenas televisivas. Si además, lo que no es tan frecuente, el clima fresco (¡voto a tal, temperaturas en noviembre como las de antes aquí!) acompaña y no jarrea, el camino hacia
Lansdowne Road será un grato paseo interrumpido nada más que por las colaciones líquidas del zumo preferido por cada uno (a mí la Guinness me sabe mejor allí) y acaso un par de bocados sólidos previos a los correlativos en ambos estados que se degustarán en el espectacular
Aviva Stadium, naturalmente bajo el imperio antiprohibicionista que nos caracteriza y por tanto dotado, cada 20 metros todo lo más y bajo cada grada, de oportunos y numerosos puntos de aprovisionamiento.
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Campo del Trinity College |
Allí se surte el entusiasta aficionado de la química orgánica necesaria para el acontecimiento que, aun en demasía, no dejará más que el regusto de melancolía que acompaña al resultado, pero muy apropiado para la jornada de cierre del evento, dominical y apacible, durante la que los pocos ajenos a nuestra fe visitan monumentos civiles o religiosos y nosotros el campo donde Brendan Mullin exhibió cualidades que BOD asimiló tiempo después. Todo ello antes de regodearnos en el
Aerofort de
Baile Athá Cliath porque allí, broche de oro,
nos topamos con la expedición All Black, sonriente y relajada, que se embarca hacía París para mayor gloria de su grey, mientras los mortales nos entusiasmamos ya con planes para nuestra próxima visita a Cardiff, Edimburgo o de nuevo Dublín.