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El segundo de Escocia ayer. |
Entusiasmo de los primos celtas y cicatería en la edición anual de le Crunch. En Murrayfield ensayos gestados en jugadas de corte clásico -movimiento del balón y juego abierto tres de ellos, arranque desde la base de un ruck a la antigua usanza (todos dentro) otro- e incluso uno de esos creativos y sorprendentes, con un centro en el alineamiento. En Londres, sin embargo, quiero y no puedo. Por ambas partes. Francia tenía menos que perder y sorprendió acaso en la primera mitad por la enmarañada defensa que planteó a los de Eddie Jones, que los más pensábamos que era dejadez inglesa o en el mejor caso seguimiento del guion para el zarpazo letal en el segundo tiempo. No fue así. Dos marcas solamente, Slimani (suplente ayer del paquidérmico Atonio, del que ruego a los expertos me aclaren qué aporta) y del enésimo polinésico naturalizado, Te'o, en un partido bronco, trabado, que discurrió por el cauce que Francia quería, de hecho el único que a la fecha le conviene, cegadas hace ya años las cavas del benedictino enterrado en Épernay. Ello responde, quizá, a lo de Atonio, pero ni en esas lides: le falta mordiente. En cualquier caso, para el observador atento, ese que exprime los lances del partido cuando el barro de las trincheras destierra la estética canónica del juego, el choque de delanteras fue interesante, sobremanera la defensa francesa de los agrupamientos locales. Al fin si no hay sinapsis (¡Marler, Cole, Picamoles!) al menos hubo esfuerzo.
Me placen generalmente los partidos en verde y azul. No suelen desmerecer en cuanto a espectáculo los duelos entre caledonios e hibernios (alguien apunta de vez en cuando mi insistencia en los gentilicos romanos: ¡faltaría más! los autóctonos son tan variopintos que confudirían al lector y aun aficionado a la metonimia como soy esta me superaría; imaginen elegir entre pictos, escotos del Ulster, celtas córnicos, escotos de Argyll, galeses del norte de Dumbarton Rock, vikingos, celtas irlandeses, angloirlandeses, y demás, aderezados cada uno por las correspondientes tradiciones célticas, romanas, germánicas (escandinava y anglosajona) y franco-latina-normanda, un verdadero lío). Recuerdo de los que haya presenciado la edición de 1984 en Lansdowne Road (9 a 24, el año del segundo Grand Slam de Escocia), la de 1989 (37 a 21 en Murryfield, con hat trick del escocés hijo de ucraniano e italiana, Iwan Tukalo), la de 2000 (44 a 22 para Irlanda, con O'Driscoll ya a pleno rendimiento y O'Kelly, Humphreys y Wood como veteranos) y, claro, las de 1997 (38 a 10 para Escocia) y de 2009 (10 a 29 para Irlanda) que vi en Edimburgo. Casi siempre festival de puntos y ensayos, entrega de los contendientes y jolgorio notable en las calles. Mi favorito, conste en acta. El de ayer, Bunnabhabain 27-Guinness 22, por hablar en moneda común de los contendientes. Dudas en la delantera escocesa (tres golpes cedió en los primeros minutos) pero excelente en el abierto, como todo el equipo en general. No en vano el heterodoxo ensayo de Dunbar en el alineamiento menester es interpretarlo como ruptura con las rigideces que les atenazaban nada menos que desde que se inauguró la modalidad a seis del torneo. O eso queremos interpretar los que vemos siempre con buenos ojos a azur, sinople y gules.
Le Crunch, que tanto deleite ha dado, ramplón (19 a 16). Mucho. Los que aventurábamos reaccción inglesa en la segunda mitad -estrategias del avieso Jones- nos equivocamos. Todo fue un ir a remolque y esperar el error del rival. Es mejor Inglaterra, sobre el papel, pero apareció desangelada sin algunos jugadores que fueron clave el año pasado, más con algunos otros desubicados (sí, Itoje, segunda línea, ha formado con el 6 a veces en Saracens, pero, pero...) y otros tantos apabullados por la responsabilidad. Sin embargo concluyeron con victoria (y van quince seguidas) sobre los archirrivales del continente.
Una nota final, ya que ninguno de Uds. espera de mi crónica sea estrictamente deportiva, algo que queda para los medios ortodoxos al uso. Oficiaré, como siempe de Marco Porcio Catón y enviaré severa reprimenda a aquellos que se exceden en sus efusiones festivas al celebrar marcas de los suyos. En el terreno de juego, claro. En la grada que cada uno proceda con los excesos que deba. Sobre el césped, compostura, que es también respero al rival. Menos, saltos, menos abrazos, más comedimiento. Stiff upper lip, Jeeves!