Suelo conversar con un colega italiano. Milanés. Giocatore di mischia, veterano ya, como el responsable del pasquín. Tras las discusiones profesionales siempre acabamos con lo que nos interesa más: el rugby. Que si os habéis estancado. Que si vosotros no progresáis. Que si hace 25 años estábamos en la misma categoría y desvaríos semejantes en un ritornello que si es frente a frente se empapa, ya sea en Belfast, en Roma o en Lisboa, con la mejor cerveza del lugar. Ayer me refería lo del premio Princesa de Asturias. Quería saber si respondía a un cierto interés por el rugby en España. Le conté que había un(a) agente de nuestro lobby en el jurado, pero que para mí no tiene demasiada trascendencia. Que se trata de un fulgor pasajero. Que a veces vemos, aquí, destellos brevísimos de atención que nos significan. Copa del Rey en sede prestada. Premio con ínfulas a seleccción de relumbrón. Sacudidas pasajeras en el paisaje plano de nuestro rugby, paradójico, desubicado y anecdótico. Actores principales en el panorama local, invisibles más allá, miran para sí y en conjunto, el mal endémico, centrífugo, sin que Ferraz (la nuestra) sea centro de nada sólido, mientras la habite, parodia wildeana, y a título vitalicio, un espectro más que notable. Ya saben.
Por eso el profano nos mira con curiosidad. Nos felicita, compasivo, por esos supuestos éxitos, que no dejan de ser adjetivos menores de un sustantivo vacilante, que detenido ante una encrucijada que otros pasaron tiempo ha, lastradas las alforjas por prejucios y deudas -no solo dinerarias- se pregunta qué hacer. Espejos hay donde mirar. La vía italiana o la georgiana quedan lejos. Pasó ese tren. Ni raigambre aquí, ni leyes de mecenazgo a favor. Rugby bipolar, depresivo cuando advierte la dura realidad de unos cimientos cuyo hormigón no fragua (cuántos críos que disfrutan en decenas de torneos se quedarán por el camino) y eufórico en cuanto, de prestado, nos cae en suerte un buen resultado. Sin demérito del nervio del XV español ¡cuidado! que los que vienen a servirle lo hacen con fe, ánimo y ganas. Pero no es receta para siempre.
Leí no hace mucho estadística de espectadores de las retransmisiones que Eurosport ha realizado esta temporada. Fue un aviso de esos de 140 caracteres y desconozco la precisión del mismo. Sin embargo parecía verosímil. Coincidía más o menos con el interés que suscitan los partidos de nuestras ligas en cada campo de juego, independientemente de la categoría. Poco, o por mejor decir, lo de siempre. Hace más de 30 años que veo el mismo número de espectadores en los partidos. Las mismas caras, ya más trabajadas, o sus rasgos en sus descendientes. Jugadores de los equipos que no tienen competición simultánea a la del primer XV de su club y algunos familiares despistados, en las ligas; algunos más en competiciones especiales y nunca más de cinco mil en el Central. Lo de Valladolid, y no siempre, la excepción que confirma la regla. Por resumir: los que juegan y círculos de influencia. Faltan en nuestras gradas esos aficionados que no juegan ni lo hicieron, que llegan atraidos por un espectáculo del que quieren ser parte y que habitualmente no conocen sino por las retransmisiones televisivas. Acaso contemplan un partido del VI Naciones o de Super Rugby -no voy a establecer jerarquías ahora- y buscan la versión local. Si tienen suerte y la plataforma correspondiente y lo ven desde el salón de su casa quedarán desolados: gradas vacías y campos, por ser amables, mejorables. Si acuden personalmente al encuentro, aún perderan el adobo protector de la retransmisión que les entretenga. Si todavía muestran interés por el rugby buscarán la versión internacional y habremos perdido a alguien más para que forme la masa crítica que acabe siendo parte del camino al salto que nunca acabamos de dar.
Es una pena porque hay mimbres. Muchos niños que practican el rugby, padres entregados y clubes y cuadros de los mismos entusiastas. Salvando las distancias mis preferencias siempre han sido las del modelo "académico" y la vinculación de los mejores a entidad que los sostenga (al estilo irlandés cuando a través de las uniones provinciales salieron de la mediocridad de los últimos 90 e Irlanda hizo la transición profesional con notable éxito). Bien podríamos hablar de federaciones con dotación económica de empresas que obtuvieran beneficios fiscales. Pero esto es una mera especulación, porque falta el soporte legal y el interés. No seguiré por ese camino, que no me toca proponer soluciones.
Muchos aficionados conocen mejor los sucesos del segundo XV de su club, de los Hurricanes en el Super Rugby de 2017 del otro lado del mundo o la Francia de Rives de 1978, que la División de Honor local. No es de extrañar. Se enteran, porque hoy es muy fácil, del pasar de la liga y si acaso, no sintiéndose concernidos porque su club quedó desbancado, les interesa el resultado del partido final que decide al campeón. Al aficionado sin club, al televisivo, al espectador, ni eso. Porque, como reza el subtítulo de presentación de otro colega, esta vez de la red del gorrión azul: "el rugby español no le interesa a nadie". Nadie somos, claro, los que aquí seguimos. En mi caso reticente con la evolución circense y comercial de cierta aproximación al rugby de primera categoría, pero al final viejo aficionado al que este deporte ha dado satisfacciones sin fin y que si opina y cuenta es, nada más, para devolverle algo y pregonar lo bueno que tiene.