Me estreno en Tornarugby a sugerencia del galés Daffyd Davies, colaborador imprevisible del blog con quien coincidí en un destartalado pub de Cardiff no hace mucho tiempo. Varias pintas de Brains y un apretón de manos sellaron el acuerdo, pero algo tenía esa cebada pues entonces me pareció empresa más fácil. Tengan presente que soy más fotógrafo que escritor. Escritor con luz en todo caso, si nos queremos poner poéticos. Y ya que me puse, diré también que el motivo por el que me encontraba en Gales no era otro que buscar, y fotografiar, el "rugby verdadero" (como ya intenté hacer en Nueva Zelanda hace cinco años o en Inglaterra el año pasado). La fotografía me ha permitido volver a los campos de rugby, recuperar sensaciones aparcadas, que no olvidadas, hace tiempo. Aquí compartiré historias y anécdotas, batallitas, vaya, en la intersección de esas dos pasiones mías. En reportajes como éstos, personales y no de encargo, realizados durante periodos de tiempo bastante largos cuando la agenda y la cartera lo permiten, dejo bastante espacio a la improvisación y mucho a la serendipia (en mi vida, en general, también, pero esa es otra historia). En Nueva Zelanda, gracias a dicho método, tuve varios encuentros casuales que una mayor planificación quizás no me habría proporcionado. El nieto del introductor del rugby allí donde floreció como en ninguna parte, o el All Black autor de una de las patadas más famosas en la historia de este deporte (muy a su pesar) son algunos ejemplos de los que también escribiré aquí, si Mr. Blakeway lo permite. En Cardiff me sucedió algo parecido.
© nacho hernandez
Estaba alojado en Splott, un barrio tradicional y bastante pobre formado por hileras interminables de casas idénticas, junto a las vías del tren. Una noche decidí acercarme a un club de rugby de la zona para hacer fotos durante el entrenamiento. Gente muy joven, competición local. La acogida a un español haciendo un reportaje sobre rugby suele ser tan buena, tras la sorpresa inicial, que ni siquiera les llamé para preguntar y simplemente me presenté con mis cámaras para el entrenamiento de las 6 de la tarde, que más bien era noche cerrada y casi bajo cero. Cuando le expliqué al primer entrenador, un tipo serio y con cara de malas pulgas, lo que quería hacer, me preguntó si era francés, me dijo que ningún problema y que adelante. Mientras él se iba a entrenar a los tres cuartos yo me dirigí a hacer fotos a los delanteros que, riendo, hacían eso que los delanteros de todo el mundo suelen hacer antes de los entrenamientos, es decir, practicar el drop. La fiesta fue interrumpida por el entrenador de delantera, un viejecito muy abrigado, con bufanda y gorro de lana bien calado hasta las orejas. Uno que ya no cumple los 75. Toda una vida, bien vivida, escrita en los surcos de su cara. Les dio dos gritos y en un minuto habían sacado el belier y se estaban preparando para empujar. Un despistado que seguía con las bromas se llevó la primera gran bronca de la noche, con dedo índice a dos centímetros de la cara y amenazas de irse a la ducha antes de empezar. A partir de ahí, series de melé muy continuas e intensas, en el barro, alternadas con sesiones de tremendas broncas e insultos por parte del entrenador, que a estas alturas ya no parecía un viejecito encantador.
© nacho hernandez
El respeto que los jóvenes delanteros le mostraban y la autoridad con que se comportaba ya me hicieron sospechar que se trataba de alguien con galones de verdad y, obviamente, con mucha experiencia. Terminado el entrenamiento específico de delanteros y mientras sus chicos se unían a los de la línea para una simulación de partido (con placajes violentísimos) tuve la oportunidad de charlar con él. Sorprendido de ver a un fotógrafo español por allí me comentó que le gusta mucho España, y que suele ir tres o cuatro veces al año a una casa que tiene en un pueblecito cerca de Nerja, en Málaga. Nunca conseguí entender bien el nombre del pueblo y tampoco muchas de las cosas que decía. De hecho, todavía no estoy seguro de si me hablaba en un inglés muy, muy cerrado, o en galés. Afortunadamente el lenguaje del rugby es universal y de alguna forma nos entendimos, congeniamos y pasamos un buen rato hablando de lo divino, de lo humano y, sobre todo, de rugby. Al acabar y cuando ya me despedía, el entrenador principal, también él con cierto currículum, se me acercó y, en una confidencia, me susurró el nombre de la persona con quien había estado charlando de rugby los últimos veinte minutos. No le había reconocido a pesar de aparecer (mucho más joven, eso sí) en la portada del libro que estaba leyendo esos días y que en ese momento llevaba conmigo en la bolsa de las cámaras.
Mi nuevo amigo era uno de los pilares, nunca mejor dicho, de la primera línea más famosa (o por lo menos la más temida) en la historia del rugby: el Viet-Gwent, la primera linea de Pontypool. En Gales alcanzó estatura casi mítica. Se han compuesto canciones sobre ellos, se han hecho figuras decorativas y, por supuesto, ya han aparecido por aquí. Había estado bromeando sobre melés con Charlie Faulkner.
© nacho hernandez
Unos días después fui a fotografiar un partido del Pontypool actual, pero no era lo mismo. ¡O tempora o mores!, que dirían Marco Tulio Cicerón y el dueño de este garito.
© nacho hernandez
Mi reportaje fotográfico sobre el rugby en Gales. Land of my Fathers: Rugby in Wales.
En twitter soy @_nachohernandez