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IV Naciones en Europa

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Sí. IV Naciones. El enunciado es ya provocador, en la medida en que nuestra adjetiva afición admita tal cosa. Es sabido que el nombre comercial es otro. Como comercial es ya todo. Y sin embargo, aquí seguimos. Disfrutando (mucho) incluso. A pesar de los pesares. De las cheerleaders incrustadas en el medio tiempo como si de la NFL se tratara (a las pobrecillas nadie les hizo caso con la desbandada a reponer nuestro fermentado líquido elemento); las fogatas de recepción, las solistas para los himnos y las musiquillas tras ensayos y transformaciones. Nada aportan y no llevan más afición, tengo para mí, al estadio. No sé si los jerifaltes de la mercadotécnia lo tienen presente, pero dado que la caja registradora manda, debo de ser yo el equivocado. Confesaré, empero, que tengo cierta predilección por el solemne compás que imita el latido cordial previo al inicio de cada partido en Twickers. Ya ven. Nadie puede tirar la primera piedra. Ni siquiera este puritano del rugby decimonónico. 

A lo que iba. Buenas libras esterlinas habrá pagado la UAR, que oficiaba de local, por el alquiler del richmondiano templo inglés. Y gran satisfacción para aficionados de este hemisferio, que hemos podido asistir al partido final de la competición austral. La mayoría, o quizás la minoría más ruidosa, quería la victoria Puma. Yo también. No pudo ser. Los doctores de nuestra iglesia ya lo han glosado: errores infantiles, mala defensa, equivocado uso de las abundantes posesiones, esos 8 o 10 puntos de patada que no fueron. Todo ello. Pero es igual. Allí estuvieron compitiendo los Pumas: no nos quedemos en la anécdota. Veamos la perspectiva. Llegarán muchas victorias porque el trabajo y el plan son buenos. (¡Cuánto que aprender!). Me quedo con el espectáculo, con la experiencia. Porque Twickers tiene un no sé qué de peregrinaje. Sí, verdad lo de Cardiff, como quiera que llamen ahora al campo aledaño a Arms Park, la ruta hasta Murrayfield (mi favorito, claro), el diseño del nuevo Lansdowne. Pero por aquello de ser la tierra del mítico y nebuloso fundador (alabado sea), el estadio que acoge al H.Q. tiene algo de Meca y me voy dando cuenta de que llevo ya algunos años cumpliendo con mi particularhajj.Sea. Que además me he llevado prosélitos que han quedado complacidos y divertidos con la ocasión, ellos, que nunca se habían topado con la pasión de la irreverente pero lúdica y jovial hinchada argentina, y asistieron sorprendidos a la riqueza inusitada del vocabulario porteño para la diatriba jocosa y la puya mordaz. Otro ángulo del amor por este deporte, sin duda.

Sí, Aussies haberlos los había, pero se hicieron más presentes en el camino al estadio desde la estación de los South West Trains, engullendo los preparados cárnicos de los vendedores ambulantes que se intercalan entre los del tráfico de banderas y bufandas. Neutrales hubo también y llegaron a hacer oir un tímido Swing low celebrado con sonrisas condescendientes. 

Nota final: cuando salgan del estadio, si han de volver en tren, tengan paciencia, salvo si salen con algunos minutos de antelación. Todo está preparado para confluir en la estación con bifurcación para los que van en dirección Londres o en dirección Reading. Como tardarán, compren un par de docenas de ricas rosquillas azucaradas y aderezadas con canela, que les harán el lento tránsito más dulce y acomodaran en sus estómagos la carnaza innominada y el baño de cebada previo.

Por mi parte, naturalmente, volveré a Twickers.



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