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En busca del rugby perdido (detrás de una cámara) II. Tokomaru Bay, Nueva Zelanda

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Acabo mi viaje por Aotearoa, “la tierra de la gran nube blanca”, en el East Cape. El territorio más al este de una isla muy al este. Muy cerca de donde nacen los nuevos días. Esta abrupta región es de las más aisladas de Nueva Zelanda. Es predominantemente maorí, y una de las zonas del país donde sus primeros habitantes han mantenido un mayor control sobre sus tierras y sus vidas. Después de conducir a través de desfiladeros escarpados y junto a inmensas playas desiertas, llego a Tokomaru Bay, población 462. Un pueblecito adormecido junto a una bahía resplandeciente, donde siempre huele a espuma del mar y a leños ardiendo. Bueno, y a porros. En la bahía fondeó el Capitán Cook en sus periplos por el Pacífico, y Tokomaru también tuvo sus días de gloria como centro ballenero. Hoy es un lugar tan tranquilo, relajado y luminoso, que decido quedarme indefinidamente para sacar fotos.


Tokomaru Bay                                        © nacho hernandez

Después de dos días la gente me conoce y me saluda por la calle. Soy “el” extranjero. He dejado mi coqueto hostal en lo alto de una colina, en el que era el único huésped, para bajarme al pueblo. Chico me ha invitado a quedarme en su casa, tras habernos tomado dos cervezas juntos. ¿Para qué gastar en un hotel, si en mi casa hay sitio de sobra? dice. Compruebo, una vez más, que la proverbial hospitalidad maorí es muy real. Chico es un matarife apreciado en el mundo entero. Ha terminado la temporada en Islandia, y ahora descansa en su Tokomaru natal. El pueblo no tiene, lo habrán adivinado, una gran vida nocturna, así que pasamos largos ratos charlando delante de la tele, o en el jardín de su casa prefabricada, mientras damos buena cuenta de enormes raciones de fish & chips. En estas sesiones con él aprendo de la cultura maorí, del rugby maorí y de la manera más eficiente de degollar mil carneros.


The East Cape Legends                © nacho hernandez
El pueblo tiene un pub, pero los veteranos de rugby prefieren el club social del equipo local, donde pronto yo también me convierto en asiduo. Cada tarde espero fuera, en el frío, con algunos de ellos. En el momento en que las puertas se abren, a las cinco en punto, se dirigen al trote a sus posiciones, siempre las mismas, en la barra. Como delanteros acomodándose en la melé. Sin decir palabra ni preguntar lo que quieren el camarero empieza a llenar las jarras, personalizadas con sus iniciales, con sus cervezas habituales. Casi no puedo seguir su ritmo y tengo que hacer un esfuerzo para terminarme las pintas que no dejan de mandar en mi dirección. Muy pronto la conversación fluye tan libremente como la cerveza. 

Me instalo en la barra para charlar con Eddie, un miembro de la tribu Ngati Porou, predominante en Tokomaru. Un maorí orgulloso y un antiguo jugador de rugby, como casi todos en el club. Dos tours of duty en Vietnam, con el ANZAC (Australia and New Zealand Army Corps). Cuando le pregunto si vio mucha acción en la guerra pierde la mirada en el infinito y asiente, grave. Un tipo duro. Hablamos de los Invencibles, la selección All Black que en 1924-25 hizo una gira por el Reino Unido, Irlanda, Francia y Canadá, jugando 32 partidos y ganando todos ellos. Cada club de rugby, pub, tienda o peluquería en el East Cape tiene en la pared una foto sepia de ese equipo mítico. Entre sus jugadores, hay uno del que los maoríes de la zona están particularmente orgullosos. George Nepia nació en 1905 en Hawkes Bay, no lejos de Tokomaru Bay, y mantuvo sus raíces en la región hasta su muerte en 1986. Tenía solo 19 años cuando se incorporó a los All Blacks que se convertirían en los Invencibles, jugó todos los partidos de esa gira y fue clave en la consecución del récord. Muchos lo consideran el mejor en la historia del rugby, en su puesto de zaguero. Cuando pregunto por Nepia, Eddie sonríe y saca pecho, ya que él incluso es, afirma, familia lejana de ese icono del rugby maorí. Menciono una foto que me había llamado la atención en una exposición sobre los All Blacks, en Auckland. En ella, un octogenario George Nepia rebosando dignidad saluda al público en un campo de rugby. La historia es preciosa. En 1982 Nepia viajó a Gales acompañando a la selección maorí de Nueva Zelanda. Antes de un partido en St Helen’s, en Swansea, el público lo vió en la banda y empezó a señalarlo y a murmurar. Para cuando el comentarista lo anunció por los altavoces, todo el estadio estaba ya en pie, cantando, y le dedicó una ovación espontánea de cinco minutos. Un Nepia emocionado, impecable en un abrigo oscuro, salió al campo y se tocó el ala del sombrero, saludando agradecido a la multitud. No había vuelto a Gales desde la gira de los Invencibles en 1924. La mayoría de los 32.000 espectadores en el estadio ni habían nacido entonces, pero sí supieron reconocer a uno de los más grandes del rugby, de vuelta en el escenario donde había triunfado 58 años antes. Peter Bush, fotógrafo neozelandés que siguió a los All Blacks durante décadas, estaba ahí para capturar ese momento único.

 

The Invincibles, 1924

Para cuando he terminado de contar la historia de esa foto los ojos de Eddie parecen estar un poco humedecidos, así que me concentro en mi jarra para evitar un momento embarazoso. Tras darle un lento sorbo a mi cerveza me giro de nuevo, justo a tiempo para ver como se seca con el dorso de la mano el lagrimón solitario que le cae por la mejilla. 

Post scríptum
No la busquen; la foto no aparece por ninguna parte en Internet. Mejor así. Quizás lo soñé todo.

Mi reportaje fotográfico sobre el rugby en Nueva Zelanda. Splendour in the Grass: Rugby in New Zealand.

En twitter me encuentran en @_nachohernandez

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