No sé si alguna vez llegaré a embutirne en calzón de ese color que, con la edad, te transforma en intocable. No creo. No soy amigo de castas a la hindú que proscriban el placaje. Salvo prescripción facultativa. O demanda de prodigalidad por parte de vástagos y cónyuge (por si acaso los mantengo ajenos, a los descendientes, del prolijo mundo del Derecho, no sea que aprendan). Ni siquiera sé si tiempo y ocupaciones -que son lo mismo a estos efectos- me dejarán calzarme las botas más allá de un par de veces al año, aunque el propósito siempre sea otro. (Este año veía el EGOR lisboeta factible y ya, en enero, una agenda endiablada me priva de la ocasión. Todo sea por la cuenta de resultados.)
Lo que sé con certeza es que las botas siguen en la bolsa, los tacos gastados pero útiles, totum revolutum con medias, dos calzones de colores distintos, vendajes, esparadrapo, cinta adhesiva, pomadas varias (habrá que comprobar fechas de caducidad), artilugios para sujección articular de diversos diseños y pulverizadores para la piel bajo la ortopedia unos (el reflex) y para las bisagras de los flejes los otros (si yo llegara a confesar que alguna vez los gasté metálicos, cosa que no haré). También, va de suyo, un par de zamarras, que pueden coincidir o no con los colores del club (no necesariamente alguno de los míos) que me admita entre sus huestes. Por si surge la ocasión. Por si es menester completar algún casi XV para que lo sea. No es que se postule uno como en aquella arcádica etapa universitaria, no ("¡un ocho, necesito un ocho!" o un talona, o un zaguero con recursos, o qué más da). No recuerdo jornada en que no hubiera subasta, postores y postulantes para los equipos universitarios en que entreteníamos nuestros mediodías los fanáticos, cuando exámenes, responsabilidad casi siempre impostada o lesiones acumuladas propiciaban que algunas escuelas, colegios o facultades reunieran solamente partidas mermadas de efectivos, que no de entusiasmo. Años dichosos, claro: dos partidos semanales, tres a veces, facultad (propia y a sueldo) y club; dos, tres entrenamientos y pesares musculares que disipaba el anhelo por regresar al barro, al hielo, al polvo, al erial o incluso a un campo bien cuidado. Acaso coartadas para esa alegoría de la polis griega, habitada por una horda esteparia, que era (es) un tercer tiempo. Ágora irregular y surtidor de comentarios hoy más cerca del ilícito penal que nunca, aviso a navegantes, ya bien extendido el humor (acepción fisiológica) de la censora corrección política. Así pues, ténganse, compadres, que algún desavisado -o malintencionado- querrá pronto desterrar usos, coplas y rimas que no casen con tamices neuronales de reconocida astenia.
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Síntoma real de fanatismo oval |
En fin, que lo que fue adjetivo, pero no menor, es lo que más agrada según nos transcurre el tiempo y nos priva de lo sustantivo: partidos, hogaño casi siempre desde la grada o (bastantes) en los mil medios ignotos hace treinta o treinta y cinco años, cuando esperábamos espectantes que la vieja TVE se dignara a contratar quizás dos del V Naciones. Y, por supuesto, glosas mil. Las que nos escuchaban, entre divertidos y resignados, quienes compartían colores, vestuario y cervezas, antes. Negro sobre blanco, 0 y 1, abajo, en la intrahistoria eléctrica del disco duro que ilustra tantas pantallas como adeptos le den acceso, ahora. Lo que nos va quedando, no poco, y declaración de principios para que les conste, por si lo dudaban, que llegado en días el VI Naciones, bastardo sucesor del añorado V Naciones, aquí me encontrarán. Rezongando, pero tecleando, porque uno se ha dado cuenta hace mucho de que es un fanático de esto y de que este opúsculo también quiere ser rugby.