Me consta que hay aficionados que no sienten inclinación por los felinos, más exactamente por el género Panthera Leo. Dicen que ya no son lo que solían. Que no representan lo que fueron. Y es cierto. Sin embargo, en un año que verá a la especie en peligro, enviada al otro extremo del mundo a merced de fieros cazadores de probada puntería y experiencia contrastada, no está de más poner negro sobre blanco algunos sucesos que los tuvieron como protagonistas. Complemento, por lo demás, de lo que voy contando en Play Rugby y de lo que tengo escrito en Revista H.
Como las giras de hoy nada tienen que ver con aquellas, exceptuados los colores de la zamarra, antes inmaculados, hoy cruzados de anagramas, conviene rescatar lo que fue. Y acaso regodearnos en el tono lúdico y el componente de periclitada aventura que aún envolvía a las sucesivas expediciones de las primeras tres cuartas partes del siglo XX. Proezas otoñales, claro, sin paragón con las de Cook, Burton, Livingstone, Gordon y Kitchener o los mismísmos Dravot y Carnehan, de haber existido. Pero dignas de glosa en esta casa. Por viajar en un carguero, el SS Ceramic, de Liverpool y Southampton a Wellington, en 1950, un mes de travesía, preparándose en cubierta, sin entrenador, para evitar que Pat Crowley, tercera neozelandés de Wanganui y verdugo de medios de melé y aperturas, destrozara a Gus Black, el escocés o a Jack Kyle, el genio irlandés. Y circunnavegar el globo, proa a las Indias Occidentales y el Canal de Panamá, para regresar (tres derrotas y un empate en las islas de Tangaroa) por el estrecho de Tasmania (dos victorias sobre los Wallabies) y el Índico luego, con partido final en Ceylán, otra joya de la Corona, antes de recalar en Port Said, en Egipto, para saborear el café aromático previo al nacionalismo árabe y socialista de Gamal Abdel Nasser.
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Van der Schyff falla y lo sabe. 1955. |
Y sorprender en 1955 a los Springboks de Danie Craven, ya a cargo del rugby duro y feroz de granjeros bóer y abogados de El Cabo. Con Cliff Morgan, el futuro comentarista de la BBC, el apertura nacido en Rhondda, dirigiendo a una mayoría de galeses en un primer test-match que reunió en Ellis Park a 90.000 espectadores de pago y 10.000 furtivos, para ver a su zaguero Van der Schyff defenestrado del rugby internacional al fallar una última transformación que dejó el marcador para británicos e irlandeses en 22 a 23. Que luego siguiera una próspera carrera como cazador profesional de cocodrilos en Bulawayo o conductor de caminones en las minas de Zambia es algo que ha de atribuirse a un azar que otros, como Sir Anthony O'Reilly, manejaban entre partido y partido. El ala irlandés, un precursor con físico de segunda línea, rechazó la cartera de agricultura que le ofreció en 1969 (decimocuarto año de su intermitente periplo internacional) el Taoiseach: prefirió dirigir la Heinz y labrarse una carrera como ejecutivo de relumbrón primero e inversor multimillonario después que le ha llevado a establecer su residencia en las Bahamas. Dicen que desde su dorado retiro trata de salvar los restos de su fortuna, en obras de arte, tras la bancarrota de varias empresas de telecomunicaciones, cristal y porcelana que le apeó del prominente título de sujeto más rico de Irlanda. Lo que ya no perderá es su lugar en el Hall of Fame de la antigua IRB, que le otorgaron en 2009.
A algunos nos interesa recordar que el rugby que atesoraban unos y otros era parte de su vida, pero no el total de ella. Lo que hacía a sus andanzas, dentro y fuera del espacio que dominan los palos, mucho más interesantes.