Imaginen uno de esos aviones de hélice de los años 50. Un cuatrimotor, probablemente, para vuelos intercontinentales. Deténganse a pensar en su destino: Darwin, en el norte de Australia. Durante el otoño de ese hemisferio. Calor, en cualquier caso, mucho, como suele en los trópicos. Vean acercarse a los vehículos auxiliares para que descienda el pasaje. A pie de pista esperan, expectantes, los sufridos dirigentes de la Australian Rugby Football Union, buenos anfitriones e inseguros de éxito alguno frente a los expedicionarios, temerosos del escarnio de nuevas derrotas en las charlas de barra de bar de adeptos al demencial código autóctono, sin mangas, o al más afín treceísta, tan extendido en la isla continente. Mas ese día de mayo de 1959, tercera gira Lion tras la Segunda Guerra Mundial, la sorpresa vence a la resignación. Un tipo espigado, el más alto de la partida, bajo el sol ecuatorial, desciende parsimonioso embutido en su gabardina, tocado con bombín y paraguas en mano. No fue una pose, era su estado natural. Reginald William David Marques, segunda línea de Hertforshire, el Army XV, Cambridge, Harlequins, Barbarians e Inglaterra era un tipo de buena posición. Nacido en 1932, ingeniero, obtuvo 26 caps (25 de ellas con su compañero en las calderas de la melé arlequinada que bulle en The Stoop, John Currie) y fue integrante destacado del grupo ganador de los Grand Slams de 1957 y 1958.
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Marques tras aterrizar en Darwin |
Hay que reconocer un punto de boutade en su atuendo, a fuer de ser sinceros: el gran Marques era de origen australiano. Su padre había desembarcado y sobrevivido en Gallípoli al "cúmulo de suposiciones" de que habló Churchill justificando su fracaso y el de Kitchener en 1915. Su madre era galesa y su mejor compañero en los Lions el precursor de la gloria de Pontypool, el extraordinario primera Ray Prosser, operario en una metalurgia. Bombín y maneras consecuencia natural de una excelente educación y nacionalidad, por afinidad y elección, a la manera goethiana, quizás. Particular idiosincracia para una gira peculiar. Las esperadas victorias ante los Wallabies y una más (el último test-match) por 6 a 9 y tres derrotas ante los All Blacks (primero, segundo y tercer partido, aquel 18 a 17 sin ensayos locales y ¡cuatro! europeos, 11 a 8 en el siguiente y 22 a 8 el último) con Marques jugando con el número 8 en la corta derrota del segundo test y fijo en su puesto en el XV de los miércoles. Los Lions, como era costumbre, ganaron a los equipos provinciales, salvo a Canterbury y Otago. En una de esas refriegas, entiéndalo quien quiera, objeto de tratamiento especial por un delantero local lejos del balón, forjó parte de su leyenda cuando le sujetó, una vez de pie, y le estrechó con fuerza la mano, ante la sorpresa del agresor. "Quería que se sintiera como un auténtico canalla" le confesó a su capitán Bill Mulhany cuando éste le preguntó por su inusual reacción. Anécdotas para una nueva derrota allí abajo, a pesar del desempeño más que notable del futuro magnate Tony O'Reilly, el ala irlandés que anotó 22 ensayos durante la gira.
Retirado del rugby en los 60 se dedicó al negocio familiar (obras públicas) y a navegar, hasta el punto de ser, junto con otros cuatro jugadores de Harlequins, miembro destacado de la tripulación del Sovereign, navío que disputó a sus rivales americanos del Constellation la America's Cup de 1964. Buen jugador de cricket y epítome del fair play, Marques fue la figura dominante en la jugada de saque lateral de su tiempo. En 1954, para contrarrestar las añagazas que sudafricanos y neozelandeses empezaban a desarrollar (los antecedentes del "ascensor" que hoy a devenido lanzadera espacial) la IRFB reformó la norma 19 proscribiendo toda suerte de apoyo y dejando el alineamiento a merced del que era en esos días con 195 cm. el jugador más alto del rugby internacional.