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Lo esperábamos. Gats también.

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Durante pocos minutos el marcador mostró un 13 a 8. Era un espejismo. Todos lo sabíamos. Algunos lo veníamos diciendo. No es plural mayestático esta vez, es corriente de opinión fundada en el conocimiento preciso del juego quirúrgico, expansivo y demoledor de los All Blacks y sus competiciones, que se predica por algunos lares y tertulias. Los Lions no son rival para los anfitriones desde 1993. Tanto tiempo que la divisoria la marca otra época. No es que no reúnan calidad los visitantes ni que carezcan de empeño y voluntad: les falta nivel. El que se alcanza por el desarrollo continuado y preciso de un plan y una disposición acorde con el mismo. No voy a decir que falte quien planea en las Islas Británicas (tómenlo ahora en sentido geográfico). No lo diré. Digo, sí, que van al albur de lo que otros hacen, precisamente allá abajo. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de cual es la nacionalidad de tantos entrenadores de renombre de nuestro hemisferio. Mientras en las otras islas, la del Norte y la del Sur, disfrutan del círculo virtuoso en el que entraron antes del advenimiento del profesionalismo y que consolidaron con modelos de competición que por conocidos no voy a reseñar. A ello se une la abrumadora afición, la admiración de que disfrutan los que visten el helecho plateado y la inmensa base de jugadores que nutre a quienes verifican los filtros hacia la excelencia. En Nueva Zelanda y en su área de influencia, que es el Pacífico Sur. En otro nivel, sin paragón, últimamente solo los argentinos han demostrado que un plan bien trazado y la adhesión escrupulosa al mismo lleva a poner en marcha los engranajes del círculo virtuoso. Solo como ejemplo. Para no caer en la idolatría.

Que los Lions, en esta era de profesionalismo, afronten una gira por Nueva Zelanda sin armas suficientes no hay que achacárselo a los convocados. El propio planteamiento, bajo criterios casi decimonónicos, es errado. Los partidos pretendidamente menores y la duración de la gira ya no son más que reclamos publicitarios para obtener retornos económicos. Durante el siglo XX, cuando las categorías que movían a la expedición a desplazarse durante tres o tres meses y medio a las antípodas casi coincidían con los estatutos de las Sociedades Geográficas, aquellos se justificaban en la acogida al equipo metropolitano: hospitalidad (sin perjuicio de interpretaciones equívocas) y enfrentarse a ellos para añadir galones a la provincia y al jugador. No digamos si se obtenía una victoria, de ahí el empeño de Canterbury o Northern Transvaal, por citar dos ejemplos históricos significados. Lean a Terry McLean o Rhodri Davies si quieren adquirir algunos rudimentos de la significación de tales partidos. Ambos escribieron, respectivamente, sobre las mejores giras de los Lions, en 1971 y 1974. De aquello, salvo los colores, no queda nada.

El primer test-match de la serie de 2017 ha sido demostración palpable de la impotencia de británicos e irlandeses. El chispazo de genio, brillante, plástico, evocador, de Williams (qué resonancias las del apellido) que lleva al primer ensayo visitante no es más que eso: destello de fuegos artificiales que apaga la tormenta del minuto 60. Por contra los All Blacks nos presentan el producto acabado de la mesa de diseño de una escudería que nos regala modelos avanzados y multifuncionales, sabedores de que al irse acabando la vida útil de McCaw ha de haber pasado ya las pruebas de rodaje un Read. Como a Kirwan sucedió Lomu, aun en su excepcionalidad, o a los Whetton, los Brooke, Jones, Maxwell o Retallick y Whitelock. Cada uno mejor que el anterior. Pequeños detalles, habilidades añadidas, técnicas y velocidad de ejecución que se cimentan en las previas y que hacen la distancia inconmensurable. Quien se asombre de que Barrett levante con solvencia y habilidad el balón que bota en el suelo; que el talonador presuntamente suplente capture un pase defectuoso y lo transforme en una marca o, en fin,  que el superlativo octavo sea capaz de servir a su medio ese balón desde una melé que mostró esenciales lagunas del rival, ignora dos cosas: que a todos nos han tratado de enseñar tales habilidades y que acercarse a la perfección es solo privilegio de quien abraza la excelencia.




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