En esta hoja volandera y virtual Ud., amable lector, ha encontrado alguna vez reseñas de libros. En la querida y extinta Revista H, también, allí en notas telegráficas, en sus dos últimos números. Uno, hay que reconocerlo, es lector y bibliófilo así que no faltan libros sobre rugby en una siempre creciente y dividida biblioteca. Dividida por razones de espacio, va de suyo. La sección de rugby, libros, revistas, programas, folletos, contiene los idiomas en que, mayoritariamente, se mueve el balón: inglés y francés. No faltan ejemplares en castellano y catalán. Italiano también, si añadimos las revistas, pero solo de manera testimonial. Se puede decir que, declinante la práctica activa, nos queda la contemplativa, de lector y espectador, que se atisba, por fortuna, inagotable.
A esa práctica dedicamos unas horas este viernes pasado, una vez llegó a mis manos ejemplar de la obra de Richard Beard que atinadamente recomendaba Nacho Hernández en la red antes azul y volátil. El libro es magnífico, aunque el interesado deberá leerlo en inglés: "Muddy oafs", en traducción libre algo así como "Patanes embarrados".
Beard nos narra en primera persona un viaje, uno muy personal, pero común a tantos de nosotros. A esos que por edad han transitado el mismo camino, a los que tuvimos la fortuna de jugar, de convertirnos en adeptos, de sumergirnos en el rugby en los años 80. Ese año fue el mío, precisamente, por eso lo que narra me es muy familiar. Y divertido, mucho, aunque haya un poso de pesimismo, de melancolía, en alguno de sus capítulos.
Desde luego el rugby comercial, el rugby producto de hoy día, nada tiene que ver con aquello. Digo bien, nada, pues es otra modalidad de rugby. Con acierto recoge la frase de un desencantado que lo resumió así "(...) hemos pasado, primero espiritual y luego oficialmente, de una organización cooperativa a una empresa comercial". Hablaba el dicente de un club mediano del oriente de Inglaterra, que en tiempos previos al Gran Salto Adelante de 1995 fue solvente y como tantos -piensen en el fugaz relumbrón de Richmond- padeció crisis severísima en la primera década del siglo. Dicho sea de paso, el Club de los Desencantados podría presentar cien o doscientos XV cada fin de semana, por contraste con esos clubes centenarios que, nos cuenta Beard con amargura, han pasado de cinco o seis XV a dos o tres, con suerte, porque intentan que los partidos de cada equipo no se jueguen el mismo día.
Beard escribe en 2002 y recorre por última vez los clubes en los que jugó, buscando un postrer partido con cada uno de ellos, salvo con la muy honorable y rugbística Radley College, donde, por razón de edad, solo pretende un arbitraje. Recorre así el Oeste de Escocia, París, Oxfordshire, Cambridge, Norwich y Ginebra. El periplo es divertido y aleccionador, porque rememoramos nuestro propio pasado y recordamos que en el rugby esencial no había tantas diferencias entre los clubes de países de practica consolidada y los aspirantes. Melancólico, también, decía antes, porque dejaba al descubierto la dificultades de adaptación a un entorno nuevo que sufrieron reputados clubes, la perdida de jugadores activos y potenciales y un cierto abandono de un ideal deportivo, humano más bien, que irradió desde Rugby y tomado por cada uno a su manera, forjó una cierta categoría de deportistas, de personas (la pegunta de si mejores o no por la práctica de nuestro deporte se repite una y otra vez) que, acaso, se extinga, porque los necesarios referentes vayan dejando de existir.
Veinte años son muchos y cabe, entonces, apreciar si alguna de los augurios que se apuntaban se han cumplido. Y sí, alguno sí. Uds. juzgarán si leen a Beard y sus conclusiones sobre la expansión oval y sus implicaciones en eso que llaman los ingleses grassroots y los terceros y cuartos XV de los clubes que pueden, o más bien podían, presentar.Queden como anécdotas, jugosas y jocosas, las descripciones de lances del juego tal y como fueron o de los desesperados esfuerzos de algunos capitanes por reunir a quince jugadores para dar la batalla a que han sido llamados.
Para los que se dejan llevar por la melancolía piensen que esto nació en una centenaria Public School del centro de Inglaterra y las mudanzas son acaso necesarias (aunque no tanto).
Y la literatura, claro, el texto de Beard y la que refiere, de Beckett (medio de melé que disfrutaba con entusiasmo los Francia v Irlanda en el rotundo Parc des Princes), las referencias ovales de otro irlandés en el experimental e infumable "Finnegan´s Wake" o las citas sesudas de Louis MacNeice o de los celtas Gwyn Thomas o Gavin Ewart, sin olvidar esa novela decimonónica que tanto influyó en el arraigo e interés que el rugby adquirió en la sociedad inglesa, aunque se tenga por juvenil: el "Tom Brown´s Schooldays" de Thomas Hughes.
Imprescindible en una biblioteca oval que se precie.