Noviembre nos acecha. Uno tiene a ese mes, el noveno según el calendario romano y la etimología del mismo, por el mejor mes del año, con permiso de febrero y su V más I Naciones (ya con todo el derecho, que el poso del tiempo también es ley).
Y lo tengo por tal porque llegan los enfrentamientos otoñales entre los equipos federativos (no diré nacionales porque los hay compuestos y bien está) que tanto nos placen a algunos, más allá de las promesas de competiciones internacionales que, en ciernes, agita el contubernio world-rugbístico.
El azar del tráfico rodado de la Villa y Corte hispánica me llevó, a primera hora de la tarde, a la Ciudad Universitaria y allí, de pasada, en el breve lapso de tiempo que se emplea en recorrer la irregular elipse que bordea las facultades de Biológicas y Geológicas (qué terceros tiempos de liga universitaria disfrutamos allí, en su terraza abierta), Telecomunicaciones, Derecho y Filosofía, he atisbado el campo de Paraninfo. Atestado y superpoblado, pero impoluto, con la alfombra de textura química que hace algunos años exhibe, por contraste con el embarrado pretérito, de aquellos tiempos en que uno competía, entre semana, en ligas universitarias.
Como el aroma a hierba recien cortada, que allí pocos días de septiembre disfrutábamos, la impresión en la retina de imágenes de atisbos de melés, diseños de laterales y placajes incipientes, bajo la mirada cuidadosa y atenta de quien dirige a este o aquel grupo, remueve la memoria de vestusto jugador. Y ésta, siempre preparada para lo más grato a su biografía, nos lleva a rivalidades que se reprodujeron por décadas en ligas federadas e, incluso, para sorpresa de pocos, en torneos internacionales de veteranos, donde se advierte (o te advierten) que el tipo que maneja detras del pack de alemanes tremebundos, furiosos y rubicundos, no es otro que el que fungía de tal en Físicas y en el Olímpico, aunque obvie -él sabrá- el castellano y solo salude en alemán. Pero la memoría está ahí y te conduce, inexorable, a aquellos otros partidos que nos fascinaban, apenas un kilómetro más allá, en el Central, cuando nos visitaban maoríes, rodhesianos, galeses, argentinos, australianos, o, más recientemente, samoanos, tonganos, canadienses y uruguayos.
Mucho rugby desde entonces, muchas palabras sobre lo nuestro, entre palos y palos, bajo toda condición: jugador, entrenador, observador, aprendiz, comentarista, cronista. Que todo eso es rugby, también. Palabras que me acompañarán este mes de noviembre, en el pub, en el campo por antonomasia de la Ciudad Universitaria, en Valladolid, acaso, para ese Fiyi v España que hollará terreno prestado pero grato, de renombre lejano por cítrica ocasión que acogió a vociferante jeque árabe y, más amable y próxima, por aquellas dos finales de Copa del Rey que fueron tal éxito que prometían oropel que luego no fue.
El argentino tranquilo, Bouza, ya ha dejado dicho con que plantel cuenta para estas fechas. Son todos los que están, y puede que alguno más, más adelante, depende de méritos y avatares deportivos, pero no el que no ha estado, ni pudiendo, por aquello del quiero y no puedo en otro negociado, hexagonal y tricolor, disculpen el juego de palabras.
Los que están son solventes y se antojan bien dirigidos para la ocasión, que es prologómeno de lo importante, que llegará en febrero, con holandeses, frisios, brabantinos del norte, zeelandeses y demás súbditos naturales o asimilados de los Orange. Nuestra historia (¡una pica en Flandes!) sabe de ellos, y nuestro rugby también. Siempre han sucumbido a nuestros colores, aunque hoy vean su caché revaluado. No deberán impedirnos llegar al capítulo que nos supondrá redención y alegría, esta vez sí, porque, además, ya no vale otra cosa. El favorable camino que aquellos con los que trabajosamente se reconcilió la administración ferraziana cercana a Debod no amerita otro resultado. Nada más que pasaje a una isla continente sirve. París bien vale una misa, dijo un tipo que puso corte en Pau, verde galán, y luego fundó dinastía cuya corona también adorna el título de nuestra federación. Aquella visita a Sudáfrica que algunos criticaron desaforadamente fue tal: una misa. Y parece que los óbolos dieron retornos. Ahora resta aprovecharlos en el campo de Mackie y Ellis (concedamos).
Yo tengo fe en esta cuadrilla, que ha dado y dará más, y es heredera de otros que hicieron lo propio, precursores, entusiastas, desencantados y fajadores. Por ellos, por todos, con el XV del León en el Central ante los americanos del norte y del sur, aguilas y teros, y ante los joviales isleños en Valladolid, durante este otoñal mes, preludio de la jornada neerlandesa que nos marcará. Para bien.