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Channel: TORNARUGBY
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Expectativas

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 Estas crónicas, que se van terminando, no podrán hacerlo sin un alarde final. Uno, que ha hablado de mitos y rugby, de personajes y rugby, de jugadores y rugby, de efemérides y rugby, de libros y rugby, que todo es uno pero no siempre lo mismo, querría cerrarlas con la selección española en otro Campeonato del Mundo. Puede que sea esta la ocasión, la inmediata que prevemos el 2 de febrero. Sin alharacas, que los tulipanes -ya lo he dicho por ahí- son indigestos, pero digeribles.

A estas alturas de siglo, ya ha pasado un cuarto del XXI, deberíamos haber visto a España en más Copas del Mundo que aquella de 1999, pero la impericia, la dejadez, la obcecación y la trampa (parece que hablo de política) lo impidieron. No esta vez, en que el suceso, tutelado, debe ser simplemente deportivo y está ahí, al alcance de la mano. En El Central, el 2 de febrero, pues se antoja que Suiza es un mero trámite, ese sí, y a Georgia no debe hacer falta ganarle (ojalá, que algunos ya vimos victoria española en ese querido estadio, hace mucho tiempo y sería colofón dignísimo que no parece factible). 

Las circunstancias que se han concitado para el momento son muchas y su comentario acaso sobra: una ampliación del número de seleccionses mundialistas, un grupo, digamos, favorable y un argentino serio, eficaz y poco hablador al frente de nuestro XV.

Los 40 llamados a la última convocatoria, preliminar, son los que están y deben ser, salvo lesiones. Ninguna ausencia voluntaria -y respetable- debe ser anhelada. No, los que quieren estar ya lo demostraron y este pasado año 2024 ha sido significativo, gira por el Océano Pacífico incluida. Ahora toca terminar la empresa y recuparar la plaza que debió ser nuestra tiempo ha. Que esta selección y su posible clasificación restañe una herida no es lo importante. Lo importante será que el que se antoja crecimiento de nuestro rugby de arriba hacia abajo se materialice, aunque me toca ser pesimista a ese respecto. 

El nivel de los jugadores de la selección y por ende de la misma no es el de nuestras competiciones. Bien está que jugadores españoles breguen por las competiciones más destacadas de los países de aquilatado rugby, porque la nuestra no llega. 

Las razones son muchas, más allá del empeño y la dedicación a cada club de una legión de entusiastas. La principal es el numerario. El dinero es necesario para todo, para la base, para las escuelas, para la infraestructura de los clubes, para los técnicos, para los jugadores, para la propia competición. Y es escaso: ni lo generan los clubes (las entradas son de risa) ni terceros (los patrocinios menguantes y las subvenciones esporádicas). De modo que seguimos contando con una competición amateur con algunos semiprofesionales muy esforzados pero que no llegan al nivel óptimo en nuestro medio, pues con lógica aplastante los mejores talentos se van, casi siempre al Hexágono. Y bien está, decía, porque esa circunstancia, ahora que existe -nadie garantiza ese flujo- nos va a permitir viaje intercontinnetal a poco que hagamos el 2 de febrero (disculpen la insistencia, pero debe ser fecha importante como lo fue la de diciembre de 1998 en Murrayfield) un partido serio frente a una selección de Países Bajos que nunca nos ganó. Un empate en 1975, en Uden, en su húmeda y desabrida tierra, es lo máximo que obtuvieron los narajas de la selección roja .

A los visitantes los he visto en directo cuatro o cinco veces. La primera, escribo de memoria, en la vetusta instalación de Orcasitas en 1984: Santos, Pardo, Pirulo, Machuca, Perea, Oller, Oteo, Javichín, todos a la órdenes del sabio Ángel Luis Jiménez para un 32 a 6; en El Central, durante la clasificación para la Copa del Mundo del 1991, en octubre de 1989, ya con Paco Méndez, Bosco Abascal, Asier Altuna o Javi Chocarro, Cocacolo y Tejada, bajo las órdenes de Gérard Murillo y seleccionados por alguien de cuyo nombre no quiero acordarme, para un 15-29, o el de 2006 de nuevo en la Ciudad Universitaria madrileña, con la generación de Velazco, Criado, Camacho, Manu Serrano, Roqué, todavía Kovalenco, con Gerd Glynn al timón, para un 24 a 13. La última, en 2022, aquel aciago día del descalabro administrativo del sudafricano que tampoco citaré por su nombre.

En 2021 y 2022 hubo resultados abultados que se han reducido a pocos puntos en los últimos y duros partidos (consulten la página de la RFER que ya recoge ordenadamente todos los anuarios y programas). Por ello, precaución, moderado optimismo y algo de zozobra. Tanta que me ocupa más el destino de nuestro XV que el ya inminente Torneo (el torneo por excelencia).

Sello conmemorativo de la
anterior
Copa del Mundo de rugby
celebrada en Australia
Muchas veces, desde el año 2000, he escrito V Naciones más Italia. Una boutade, por supuesto, más cuando este año debiera decir V más País de Gales, pero nunca se sabe.

Aquí tengo escrito mucho sobre este torneo, su tradición, su alma, su evolución (que no me gusta), pero es el Torneo. No voy a repetir lo que admiro de antaño ni lo que repudio de hogaño. Me quedo con lo que de entonces resta y que me llama, como cada temporada, a alguno de sus estadios para celebrar ese rugby que tanto queremos y que nos emociona desde hace más de cuarenta años, que nos llevó a una práctica que ya ha quedado solo para torneos de veteranos y siempre en los aledaños lúdicos de nuestro deporte y a una inmoderada inclinación por el País de Gales. Esta año, no sé si lo contaré, será Twickenham, la Calcutta Cup, en el estadio ahora de nombre espurio, porque la falta de dineros no es solo mal español, aunque la dimensión y las causas sean diferentes. Esa derivada me hace pensar que el Torneo tal y como lo hemos conocido no durará. Por eso, mientras aún parezca lo que fue, allí estaré. Luego disfrutaré del millar de grabaciones que atesoro y no molestaré más.

Disfruten de España en El Central. Allí nos veremos.




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