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El tablero: de blancas y negras o de ingleses y neozelandeses

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La comparación ya ha sido hecha. Tómese la superficie del rectángulo que conforma el campo del clérigo inglés y divídase en escaques. Dispónganse sobre los mismos quince piezas blancas: ocho peones fuertes y grandes, una reina y un rey con los dorsales 9 y 10 en su atuendo, dos alfiles, bajo los números 12 y 13 y dos torres, en sendos extremos, 11 y 14. Dejemos al zaguero en la posición del caballo, que sólo será uno por limitaciones obvias. Enfréntese al equipo blanco con otro negro de idéntica disposición y véase que en las 38 ocasiones en que esto ha sucedido solamente han prevalecido las piezas blancas en siete (1936 en Londres por 13 a 0; 1973 en Auckland por 16 a 10; 1983 y 1993 de nuevo en Londres e idéntico resultado en ambos -15 a 9- y en 2002 por 31 a 28 en Londres también; 2003 por 15 a 13 en Wellington y para terminar en 2012 por 38 a 21 de nuevo en Twickenham). Además, en este tiempo, las partes se concedieron unas tablas, en 1997 por 26 a 26, en el HQ (más bien las tablas fueron concedidas por los locales, que ganaban 23 a 9 en la primera mitad, pero eso es otra historia).

El 28 a 27 de ayer fue su derrota más ajustada desde el 9 a 6 de 1963, pero no debe llamarnos a engaño. No supieron construir un dominio duradero con una ventaja de diez puntos y el mejor juego de su delantera al final del primer tiempo. Por eso la remontada final, con ensayo del Payaso, pero obra del desaprovechado Tuilagi en posición desplazada, es solo muestra de orgullo, no de excelencia. (Añado, para enésimo demérito del cretino Ashton que incluso en tal ensayo se permitió el piscinazo y qué contraste con el resto de anotadores ayer.) Sin embargo al desavisado le parecerá gran desempeño del equipo inglés (cuyos centros Burrell y Doceárboles fueron más rémora que activo), porque quizá retiene en la memoria el desastre tan mediático de 1995 (la semifinal del gigante Lomu) o los varapalos de 1998 y 2004 en la Casa del Dolor de Carisbrook en Dunedin (64 a 22 y 36 a 3 respectivamente) o el 44 a 12 de Christchurch en 2008. Y no, no hay mejora global, sino destellos puntuales, más bien fatiga del rival cuando se producen las contadas victorias inglesas. Sucede que si los antípodas son el Boris Spassky del rugby por su solidez, con toques de la genialidad de Fischer (ayer ambos Smith o Nonu), Inglaterra representa al previsible y metódico Karpov que quiere y no puede jugar como Garry Kasparov. Para muestra y sin restarles mérito pero con la perspectiva del tiempo, aquellos partidos con victoria inglesa de 1983 y 1993.



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