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JPR

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El mitómano se convierte, es inevitable, en coleccionista de obituarios. Algunos habrán leído por aquí, porque el destino es implacable. No lo era JPR, aunque en su particular cómputo saliera del lance victorioso en más ocasiones que sobre el pasto. Tengo para mí, decepción tremenda si no, que San Pedro observa balance de semejantes sucesos para los del gremio. 

JPR frente a Escocia, 1978

JPR. Tres consonantes que no precisan de otra explicación, para nosotros. No fue así al principio. Otro Williams obligó. Alguien que le precedió en la convocatoria celeste: JJ. De no haber sido por JJ, JPR no hubiera sido. Hubiera seguido siendo John Williams. JJ y JPR fueron, con Gerald Davies, John Bevan, Steve Fenwick, John Dawes, Phil Bennett, Roy Begiers, Ray Gravell, Gareth Edwards y Barry John, la constelación galesa que nos llevó a unos cuantos a conocer de esto que nos ocupa. Constelación de la galaxia Carwyn James que, hay que insistir en época de nombres en el dorso de las zamarras, no hubiera sido sin el sacrificio, capacidad e inteligencia de los John Taylor, Merwyn Davies, Derek Quinnell, Delme Thomas, Geoff Wheel, Terry Cobner, Jeff Squire o de la primera línea de Pontypool.


La generación de oro galesa
Faltan ya unos cuantos de los enumerados. JJ, Gravell, Dawes, Bennett, Davies, Faulkner. JPR también. Falta quien fue el epítome de una época y un rugby desparecido para el gran público, ese que no juega y solo contempla, ese que quiere ser cautivado con añagazas que convierten la diversión lúdica en otra cosa, más acorde con unos tiempos distintos y no mejores. Porque JPR, vale decir Bobby Windsor, recogían su equipo y tras las cervezas de rigor, o la cena de tiros largos, sabían qué lunes les esperaba en el quirófano o en la acería. Eso marcaba no ya el carácter del jugador, sino del deporte. Más allá de la épica impostada del discurso inflamado del vestuario -que trasciende como anécdota pero los medios elevan, ignorantes, a categoría- prevalecía la contienda lúdica, el deporte por el deporte, porque nada dependía del resultado más que reputación y excelencia colectiva. La cuenta de resultados, la comisión de intermediarios, los datos de audiencia y el bienestar de una familia no dependían del circo profesional. El rugby por el rugby, el rugby por los catorce compañeros entre palos y palos. De ahí aquel suceso de Port Elizabeth, en el Boet Erasmus, en 1974 y la carrera de JPR -retaguardia- para sacudirse con el terrorífico Moaner van Heerden, tras el zafarrancho declarado por su capitán McBride. Que lo entienda quien quiera o pueda, que presumo lectores iniciados.

JPR es una imagen para los aficionados. Muestra suficiente los panegíricos sin cuento que hemos leído esta semana. La imagen de un rugby que se fue, la de un precursor cuyos recursos sirvieron para transformar la figura del último baluarte en paradigma del contrataque, porque le asistían virtudes, no tanto físicas como intelectivas, que le permitían jugar como requería la ocasión, más allá del numero 15 en la espalda, que a veces fue el 14 y una vez  el 7. 

Que fue campeón junior en Wimbledon, o que su señor padre, cirujano también, le remendara la cara tras aquella feroz acometida del All Black Asworth en un partido con el club gales, Bridgend, de JPR, o la carga heterodoxa y entonces legal que desbarata la marca que había ideado Fouroux para Jean-Francois Gourdon y que selló el Grand Slam de 1978 para el escudo del ya olvidado "Ich Dien", son otros tantos destellos de su existencia, como su señalada participación en aquel partido de enero de 1973 que todo el mundo recuerda por la marca principiada por Bennett y firmada por Edwards, pero obvia que la cuarta y última fue de JPR. Ese día formaron con el 12 y el 14 rivales de las Home Unions que el galés consideraba especialmente, gesto de camaradería por fortuna todavía común. Aquellos fueron Mike Gibson y David Duckham, a los que mencionaba expresamente como esenciales en aquella gira por el Hemisferio Sur que consideraba la mejor de la historia del rugby y que ninguna otra ha desmentido hasta la fecha.

Bridgend, London Welsh, St Mary's Hospital, Tondu, Natal, País de Gales, Barbarians y cien clubes o XV ad hoc por invitación, como el de mayo de 1994 en el Central madrileño. Una vida llena de rugby y que llenó nuestro rugby, el de todos los que seguimos, a pesar de todo, unidos a esta forma de existir.

Admiración y recuerdo indeleble. JPR.



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