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Al frente del XV de España

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Seleccionador.  El concepto, la definición, por nuestros parajes, nunca ha sido equiparable a lo que se estilaba en el mundo anglosajón. Por supuesto no antes del final de la década de los 60, años en los que los galeses -como parte de ese precipitado que se decantó en el mejor rugby por mucho tiempo, con permiso de los All Blacks- principiaron la costumbre de disponer de un técnico, de un entrenador a cargo de la partida de jugadores seleccionados por un comité ad hoc. Un cerebro privilegiado como el de Ray Williams detrás de todo eso, por cierto, a lo que se acabaron plegando hasta los escoceses, aunque con la peregrina denominación de "asesor del capitán". 

Aquí hemos visto de todo, seleccionadores, directores de rugby, comités de selección incluidos, sea el de 1977 compuesto por Javier Barroso, Francisco Sacristán (quien llegaría a ser seleccionador entre 1979 y 1982) y el que fuera entrañable Juan Irastorza. El comité seleccionaba y por aquel entonces el añorado Murillo entrenaba a los Camiña, Soler, Errandonea, Cienfuegos, Zapiain, Moriche, Apraiz o Mocoroa. Con esos mimbres, por ejemplo, y dedicación intensa para suplir urgencias, en inopinado lugar como las instalaciones de rugby que hubo en el periférico barrio madrileño de Aluche se ganó a Italia, 10 a 3, por última vez en nuestra historia oval.

Gérard Murillo, 1977

Con una u otra nomenclatura recuerdo al polémico Jesús Linares, hasta 1984, y con quien tuve acaloradas discusiones -siempre tras los partidos- a cuenta de sus decisiones arbitrales, cuando fungió de tal. A este le sucedió el sabio de Pozuelo, Ángel Luis Jiménez, quien unía su bonhomía a un conocimiento del rugby y de sus gentes, nuestras y foráneas, como pocos han alcanzado en nuestro país. A Jiménez le sucedió José María Epalza, brillante, como jugador y  seleccionador pero de tristes y grises connotaciones como directivo de nuestra federación y más allá. En sus labores al frente de la selección, en tiempos de Alberto Pico, impecable. Como Gérard Murillo, nuevamente entre 1989 y 1993, los años de juego más alegre del XV español (y aquella primera victoria ante Rumanía en 1992), los que asentaron el juego que nos llevó a aquella Copa del Mundo que para nosotros sigue siendo la única, con Bryce Bevin después, el neozelandés de doble etapa, All Black universitario y de tan altas dotes didácticas en los cursos que impartía para la FER como afición a algún pub irlandés de la capital de España. 

Alfonso Feijóo, que ya había sido seleccionador interino muy poco antes, ocupó el puesto tras el cese de Bevin, y hasta su salida tras esa Copa del Mundo, no precisamente en loor de multitudes. 

1977, un entrenamiento del XV español 

Luego Tommy García y el fugaz Pierre Pérez o los inusitados siete años de Gerard Glynn, que, con tiempo, pudo construir tras el marasmo en que quedamos sumidos después del Mundial de 1999 (esos España v Hungría en El Central o aquellos viajes a Moldavia). Glynn sacó al XV español del pozo donde lo encontró (puesto 32º de la inefable lista de World Rugby) y cedió los trastos a Régis Sonnes en 2012. Con nuestro segundo francés mas notable  se inaugura con seriedad la política de búsqueda de refuerzos oriundos fuera de España, tan válida como otras a los efectos cegadores que una buena mayoría pretendía. 

Esa estrategia dio frutos con Santiago Santos (el interludio del segundo período de Bevin es insignificante). Entre 2013 y 2023, los años de Santos y Aguirre en funciones de mediador para la política llamémosla de "pactos de familia", nos llevaron a dos Copas del Mundo y nos dejaron fuera de esas mismas competiciones, por una mezcla de desidia, picaresca y maldición cósmica. No vamos a insistir en los pormenores, de sobra conocidos y explicados por quien aquí les aburre en diversos podcast (@hablemosderugby, @3T Rugby y en Revista H).

Estamos ahora en un tiempo nuevo. Acaso tutelado, pero en buena hora de momento, porque la receta funcionó en otras latitudes y porque no cabía jugar a Numancia, cuando éramos la Dinamarca hamletiana.

Pablo Bouza, rosarino y puma en un buen puñado de ocasiones parece un tipo tranquilo, parsimonioso, que medita antes de hablar. Es buena señal, porque igual que debe andar evaluando nuestro rugby, recabando informes y ponderando decisiones, ya debe saber que ocho años de trauma pesan en una federación, en una comunidad rugbística como la nuestra que creyó estar entre los elegidos y que por dos veces se infligió harakiri culminado con el seppuku ritual que aplicó World Rugby. 

Ha tenido ya tiempo de ver clubes de División de Honor, acompañar a los ibéricos Iberians a Georgia y de dar una vuelta por Francia para saber de jugadores y disponibilidades. Conoce ya, por encima, los ingredientes del pastel, que esta año se antoja de una sola capa pero que debe ir creciendo hasta la guinda de 2027, pues no otro es el objetivo, aunque alguien comenta, en el curso de un distendido, gastronómico y "atómico" encuentro, que eso debe ser "consecuencia" y no "causa". Y, atención, que se prometan 24 selecciones para entonces no es garantía de nada, aunque aparentemente haya más posibilidades. 

El grupo de 50 jugadores con los que Bouza quiere trabajar este inmediato campeonato europeo ya se ha dado a conocer. Están los que deben estar, incluso aquel con el que especula con ignorancia, desparpajo y quizá mala fe L'Equipe: Merkler. El caso de los que juegan en Francia es conocido: cuando puedan y cuando sea más necesario, pues una de estas circunstancias van a condicionar a la otra, además de las necesidades puntuales de sus empleadores de TOP14 o PROD2 que las preceden.

Es curioso, hoy, como hace 45 años y según se lamentaba Irastorza antes de aquel partido invernal frente a Italia jugado en el Estadio de Vallehermoso, de entre los 50 se echa en falta la presencia de un par de tipos con presencia física en la segunda línea, par de jugadores de 2 metros y 115 kilos. No los tenemos y cuando hemos tenido algo semejante han jugado poco. Petricorena, un segunda de Irún de los años 90, como Serván, de La Moraleja o, ya en este siglo De Marco, de Agen y Peters, el anglo-marbellí, por citar a las notables excepciones. No es que sigamos donde estábamos, pero todo parece cíclico, como los abundantes anuncios en la prensa internacional sobre el presunto despegue -ahora sí- de nuestro rugby. Inch'Allah.

Países Bajos en Ámsterdam, Alemania en El Central y la inalcanzable Georgia en Tiflis son los compromisos venideros. Los que puedan se jugaran la honra europea continental en París, en el Estadio Jean Bouin, con los que queden entre polacos, rumanos, belgas y portugueses, merced a esa nueva fórmula de competición inaugurada el pasado año (lo de Badajoz), que y que ahora da entrada a polacos y belgas en el torneo principal de Rugby Europe, uno piensa que no tanto por promocionar a estos como por paliar la ausencia de los potentes rusos. A mí no me acaba de convencer la fórmula, pero experimentos más extraños hemos llegado a ver en época de la FIRA.

Antes de la  presuntamente prometedora "ventana" veraniega, este torneo no es más que ocasión para Bouza de ir haciéndose con las riendas de nuestro rugby y asentarse para transformar esto que ya ve tan distinto al Uruguay que acostumbraba, con la mayoría de "teros" a su disposición, de forma casi permanente y en el área metropolitana de Montevideo. España es diferente, déjenme que me acoja al tópico y lo rectifique, pero no tanto. Ojalá, ahora en español, Bouza enderece el rumbo y podamos hablar de sólidos fundamentos y, luego, de los consecuentes éxitos.





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