Viernes, 6 de marzo. Dafydd se retorcía las manos. Fallaban algunos placajes. No demasiados, pero significativos. Lo sabía; sabía que iba a suceder, pero no que la fatalidad fuera tanta. No que Joseph eludiera, esquivara, se zafara cual anguila de tres galeses prácticamente sobre la marca de San Dewi, que el viernes perdió, en toda regla, su partida con San Jorge (16 a 21).
Me lo había dicho: no se puede afrontar un partido así pendientes de jeribeques (el sustantivo no es suyo, pero se aproxima a sus címbricas intenciones): que si se abre la endemoniada techumbre ("that fucking hell of a roof" literalmente...), que si Faletau está más o menos alerta. Que esas dudas pasan factura. Psicológica, decía, que esto es una batalla entre potencias (Kursk, se me antojaba a mí) y los detalles definen. Y no jugaron mal los dragones de sus entretelas, no. Pero perdieron el control del partido, si es que lo tuvieron, tras la carga salvaje de Haskell contra los palos locales. Desde entonces, ya lo venían anunciando, la tercera de Lancaster se hizo con el control definitivo del partido. Brillantes Vunipola, Haskell y Robshaw, y también Nick Easter en su regreso desde el banquillo, con Cuthbert, por cierto, descansando en el cubo de los pecados. Pero es que, además, Cole, el ingenioso, venía dominando al eterno Jenkins, y Joe the unworthy clownish prop Marler hacía lo propio con el monumental Samsom the neck Lee, que a nosotros nos pareció un tanto groggy. Así que esa gente que viene (dice Daffyd, que yo, por lógica, empleo otra forma verbal) desde el otro lado del Severn, llegó con la lección aprendida de su última visita a Cardiff, 30 a 3 para el Dragón. Fueron casi los mismos galeses, pero no es lo mismo: el detalle de North, este sí definitivamente k.o. deambulando por el césped del Millenium es concluyente. El legislador oval, la antes llamada IRB y ahora pomposamente autodenominada World Rugby (¡qué ínfulas, qué retórica, cuánto cartón-piedra!) promete investigación y truenos y centellas, cuando son protectores de traficantes y lanistas que van desde anfiteatros provinciales hasta el Máximo, romano, londinense, parisino o cualquiera de los australes.
Sábado, 7 de marzo. ("¿Más rugby? ¿no viste un partido ayer con ese amigote tuyo, el galés?" cantinela de febrero a marzo de cada año, matizada si hay viaje a alguna de las capitales del VI Naciones, que este año, menos exótica que las célticas, ha debido olvidar y puntualmente le recuerdo. Sin embargo estas ausencias vespertinas me cuestan, además, algunas cenas y detalles apaciguadores. En fin.)
Hoy España, Rusia, Italia, Irlanda, Francia y Escocia. Al Central llego tarde. Me dicen que ha comparecido banda militar paracaidista: bien está dar cierto empaque a la ocasión. Las gradas como siempre: vacíos los fondos, concurridos los laterales y las praderas. Mucho frío, que no debe venir mal a los moscovitas, a los que esto debe parecer ambiente primaveral, salvo por la vegetación, ausente del terreno de juego, lo que no sé si es falta de numerario (ya sabemos que la gestión del rector Carrillo es ruinosa) o que el campo no da abasto con los entrenamientos del Colegio y sus variados y crecientes equipos, producto de ese revival tan bienvenido para el rugby madrileño. El caso es que los rusos anotan primero y parece que todo va a discurrir como siempre: igualados pero... Y no es así. Qué gratamente nos sorprende la selección. Qué desparpajo y qué dominio de todas las fases del juego. Algo dubitativos quince o veinte minutos, algún placaje errado y fallos en agrupamientos abiertos que se corrigen cuando anotan tres ensayos casi consecutivos gracias a un ritmo de juego muy vivo y a una continuidad envidiable atacando siempre los intervalos. Todo muy claro. Los rusos marcaron, sin embargo, terminando la primera parte (24-13) y se metieron en el partido, lo que, contra los comentarios que se escuchaban por ahí, vino bien a los nuestros para mantener la tensión. La segunda mitad mejor aún, hasta el 43 a 20 final (otra vez los rusos anotaron sobre el minuto final), para la tercera victoria española sobre ellos en toda la historia de nuestros enfrentamientos, tanto bajo colores soviéticos como actuales, dos en Madrid (ayer y en 1996 en plena crisis de tránsito de la URSS a Rusia) y una en Krasnodar en 2002. La sensación es agridulce, sin embargo. Ganar llama la atención y atrae patrocinios y televisiones, no descubro nada. Todo pasa por ahí. Y si hay mimbres hay que aprovecharlos y no sufrir como los dos años pasados, que hicieron buena (con perdón) la gestión de Potorro Mandado.
No fui puntual porque aparcar en la Universitaria los días de partido es una quimera y no fui con tiempo porque dejé instalado artilugio en el portátil para grabar desde una emisión en streaming el choque entre Italia e Irlanda del que pude ver unos minutos en directo. Luego lo seguí por @rutgerblume y compadres como @quieroserpilier y finalmente lo vi completo tras el Francia-Escocia. Como apuntó @rutgerblume los irlandeses, que se adaptan cual camaleón al juego del adversario y estudian sus flaquezas para dar el golpe fatal mediada la segunda mitad, obraron conforme al guión. Me da la impresión de que los romanos esperaban -inocentes- desempeño similar al del día de la retirada de Andrea Lo Cicero, y no. 3 a 26 y sin agobios: como si todo hubiera transcurrido según el plan de Schmidt, que sabía este partido era de mera preparación para lo que viene: Inglaterra sobre todo. Lo único que exhibieron los italianos fue defensa muy próxima y agobiante (el recurso de los que no tienen recursos) a riesgo de ser castigados por infracciones varias y algunos ataques en la 22 hibernia merced a los naturalizados McLean y Haimona al final de la primera mitad y del suplente Tommaso Allan al final de la segunda parte. Nada más.
A los italianos siempre les quedará Escocia, sin embargo, aunque ayer mostró cierta mejora pero solo porque Francia está oxidada y ha olvidado el arte de mirar a los lados. Qué pena. Si todo lo hubo de resolver el apertura Camille López (le dejo el acento por su origen) con sus patadas. ¿Y dónde queda la habilidad francesa para terminar jugadas que el propio Saint André atesoraba? ¿Dónde Blanco (gordísimo, en la grada), Lagisquet, Lafond, Esteve, Sella, Merceron, Penaud, Castaignède y compañía? ¡Ah no! que prefieren el tonelaje de Bastareaud, que ni juega ni deja espacios (es físicamente imposible) para jugar. ¿Por qué no alinean a seis o siete más como el monstruoso Uini Atonio y un buen zaguero, para que los rivales sólo puedan atacar la tercera cortina defensiva? En fin. Qué dislate. Así los escotos no tenían más que jugar rápido con sus alas para comprometer el esfuerzo francés, como hicieron, aunque sin más éxito porque aún les ciega la bruma de las Tierras Altas que les inoculó en las meninges el pernicioso Andy Robinson. Por ahí alaban a Bastareaud y hasta le denominan Man of the Match. Reniego. No. Nunca. Claro que gana metros cada vez que le dan el balón. Sólo faltaba, con sus 126 kilos. Pero no es eso. Francia se ha dejado llevar por la carrera armamentística (más tonelaje, más blindaje, más calibre) y acabará despeñada. A lo mejor da igual, si esto termina al final más cerca del circuito mundial (como le llaman los inventores, por más que guste sobre todo en las praderas del Medio Oeste) de Wrestling. A lo Undertaker o Hulk Hogan, que son los que recuerdo.
Y como ya he puesto la marcha rezongante hablemos de las melés. Quizás he visto un par de ellas conforme al reglamento. Puede que tres. Una en el
Stade de France, que perdió el equipo que introducía porque Parra (que ya había salido al campo) introdujo inopinadamente como marca la norma y Kayser ni sacó la pierna para talonar (al fin y al cabo ¿qué es eso?) y dos en el Central. No más. La
norma 26 sigue siendo obviada, despreciada, ninguneada no ya por los medios de melé, que hacen los que les dejan hacer, sino por todos los árbitros internacionales desde la retirada de Rolland.
Cui prodest? A la melé no, desde luego; al juego como lo conocemos (conocíamos) tampoco. A esos que quieren asimilarse a otros códigos seguro. Y se equivocan. Esos códigos son más bien provincianos comparados con la extensión de
rugby union y su público objetivo bien limitado. Sin melé no hay
rugby union y el
scrimmage o lo de los treceístas es una parodia. Los codiciosos de WR quieren renunciar a las arias y duetos para exhibir ópera solamente con grandes coros, un
Va pensiero o una Cabalgata de las Walkirias de principio a fin. Infumable.
*La grande operone (de la carta de Wolfgang Amadeus Mozart a su padre Leopold, en referencia a cita del Kapellmeister Salieri sobre su ópera La flauta mágica, 31 de agosto de 1782). Quizás peyorativo.